Entre el verde intenso de la floresta y el aliento profundo del viento, Baden-Powell pasó los últimos meses de su vida en declinación. Allá, en el otoño de 1939, la radio le llevó la muy triste noticia de la segunda Guerra Mundial. ¡Qué dolor! A sus Scouts, los mismos a quienes en los últimos Jamborees había oído cantar y visto reír ajenos a toda preocupación, se les ordenaba de nuevo tomar el fusil para matarse entre sí.
En enero de 1941, en la vigilia de su 84° cumpleaños, lo doblegó la muerte. Desde aquella perdida zona africana, el último mensaje que envió a los scouts de todo el mundo, mientras las naciones estaban aún envueltas en la furia de la guerra, fue una palabra de esperanza:
"Mi vida ha sido muy feliz y, por lo tanto, mi deseo es que cada uno de ustedes tenga también una vida muy feliz. Traten de dejar el mundo un poco mejor de como lo han encontraron. Así, cuando suene para ustedes la hora, podrán morir serenamente con la idea de que han buscado siempre lo mejor".
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