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domingo, 16 de mayo de 2010

CUENTOS SCOUTS, Días de Mafeking


Cuando llegó a la pequeña construcción fortificada, coloreada en lo alto por la Union Jack, que flameaba nerviosa en la punta del mástil, sus piernas ya no daban más. A pesar de las felicitaciones que recibía y los aplausos perdidos, aquí y allá, de la gente cercana, todavía debía entregar la carta. Cuando desmotó de su bicicleta, el pequeño Roy la estudió y se aseguró de su integridad. Luego se echó una mirada sobre sí. Ninguna bala lo había alcanzado. Tampoco esta vez, aunque estuvieron cerca.

Se sacudió todo el polvo de su camisa marrón, ya bastante rota y remendada, respiró hondo y se aprestó a entrar a la casa, convertida ahora en el cuartel militar de Mafeking.

Apenas traspuesta la barricada levantada con palos y bolsas de tierra, metió su mano en el pequeño morral que llevaba colgado muy ceñido al cuerpo y extrajo una misiva escrita en código.

-Aquí está la respuesta, coronel- dijo Roy con una leve sonrisa, aunque sin poder disimular las huellas del agotamiento en su rostro. El militar alzó la vista y dejó el lápiz que tenía entre los dedos.

-No era necesario que cruzaras el cerco de disparos cuando podías haber esperado hasta que oscureciera...-dijo con evidente molestia ante los riesgos que corría innecesariamente el joven.

-Pero, coronel...en el puesto norte me dijeron que trajera la carta urgente- se excusó el muchacho.

El coronel Baden Powell lo miró fijo, tratando de escudriñar la veracidad de la disculpa, mientras habría sin demoras la carta.
Efectivamente, el papel decía que desde el lado norte del poblado se habían avistado movimientos del enemigo y que quizás convendría reforzar las defensas en aquel sector.

El coronel Baden Powell o B.P, como le decían todos en aquella ciudad de Africa del Sur, se sentó nuevamente sobre la silla y tomó papel. Antes de comenzar a escribir, llamó al muchacho que ya salía por la puerta:

-Roy...-dijo con voz fuerte.
-Dígame, coronel -contestó el chico esperando alguna orden.
-¿Tienes cuidado cuando cruzas el corredor de balas?- inquirió serio el inglés.
-Seguro, coronel. No se preocupe - respondió Roy.
-Entonces...¡bien hecho muchacho! -lo felicitó con solemnidad, aunque con una pequeña sonrisa insinuada en el rostro.

Roy hizo una especie de venia y se dirigió hacia la puerta.
Quería tomar un poco de agua.
Hacía exactamente ciento noventa y ocho días que las tropas inglesas estaban sitiadas en aquel pueblo del sur del África por los bóers y las dificultades se sumaban, una tras otra, obligando a una improvisación constante. Desde que había estallado la guerra el año anterior, en 1899, con la república de Transvaal, los casi diez mil habitantes de Mafeking, entre soldados, nativos y colonos, habían quedado atrapados en el pueblo, cercados con el enemigo bóer.

El coronel Robert Baden-Powell recordaba cuándo se había instalado allí con su cuerpo de caballería, el 5° Regimiento de Guardias Dragones, y había pertrechado el pueblo como para frenar el avance enemigo sobre Rhodesia y Bechuanlandia.

"El que tiene Mafeking, tiene las riendas de África del Sur", decían todos en aquella región.
Rhodesia era un territorio increíble y salvaje, situado entre las cuencas de los ríos Congo y Lempopo, y desde hacía veinte años los ingleses se habían asentado allí con cultivos y poblados, luego de pelear, negociar y volver a pelear con las tribus matabeles. En estas tierras estaba ahora su gran amigo el coronel Plumer, también con un regimiento de dragones. Con él había compartido las expediciones contra los temibles salvajes de Matabelelandia, antes de que Rhodesia fuera de Rhodesia, pasando juntos muchos peligros y apremios.

Ahora era imprescindible que su amigo no lo abandonase en esta encrucijada. Mafeking no resistiría mucho más sin los refuerzos que esperaba. Hasta ese momento había podido distraer y engañar al enemigo, pero si se producía un ataque masivo por alguno de los flancos de la ciudad, Mafeking caería, y con ella, quizás toda Sudáfrica en manos bóers.

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